LOS HORRORES DEL TEST DE DRAIZE Y SU FRACASO CIENTÍFICO
Por Milly Schär-Manzolli
Todos los
experimentos con animales deben ser puestos a la misma altura: científicamente
todos son erróneos y no fidedignos, y éticamente son todos intolerables.
El Draize-Test
lleva el nombre de su inventor (John Draize), 1944) y se realiza para probar
los cosméticos en los ojos y en la piel de los conejos. En realidad, hay dos
tests: el “Draize Skin Test”, que concierne a la piel, y el “Draize Eye Test”,
que concierne a los ojos. En general implica torturas en masa, por lo cual un
gran número de conejos son aprisionados en aparatos especiales que inmovilizan
al animal a la altura del cuello y de las patas.
Para efectuar
el test de la piel, primero se afeita el pelo del lomo de los animales
(generalmente conejos), luego se aplica un esparadrapo sobre la piel afeitada y
se quita bruscamente unas cuatro o cinco veces hasta que también la piel es
despegada y queda en carne viva. Entonces, directamente sobre la carne, se echa
el desodorante o la loción cosmética que hay que probar. Se cubre toda la zona
con gasas y vendas. Los animales quedan bajo observación durante diez días, las
llagas que se forman en la carne viva debido al contacto con el cosmético a
prueba son estudiadas, abiertas con lancetas y cerradas de nuevo. El “Draize
Skin Test” se usa también para probar los jabones. Este hecho muestra la enorme
idiotez de la experimentación animal: ¡el jabón se utiliza en la piel sana de
los seres humanos y de ninguna manera en la carne gravemente herida de los
conejos!
El “Draize Eye
Test” consiste en verter o inyectar, mediante una pipeta o una jeringa, la
sustancia que hay que probar en el saco conjuntival y en la córnea del animal
(en este caso son también generalmente conejos). Normalmente se daña sólo un
ojo; el otro se deja intacto a título de comparación.
La primera
reacción del desgraciado animal es un abundante lagrimeo, luego –día tras día-
la córnea, el iris y la conjuntiva cambian. El ojo se irrita e infecta,
llegando a enfermar, y poco a poco es quemado por la sustancia sintética que lo
corroe y lo estropea. La ceguera sobreviene cuando el ojo, hinchado y reducido
a un balón purulento, no es más que un punto de dolor agudo en la cabeza del
animal. Llegado a este punto el ojo es extirpado y examinado, sometido a
pruebas anatómicas, etc. Algunos laboratorios matan a los conejos antes de
extirparles el ojo, otros mantienen al animal con vida para poder usar también
el otro ojo todavía sano. Una manera como otra para ahorrar dinero… Cremas,
coloretes, barras de labios, esmaltes para las uñas, lociones para la cara, el
cuerpo y el pelo, aceites de masaje, sales y aceites para el baño… todo lo que
forma parte de la cosmética y deriva de materias primas sintéticas, tiene que
ser probado en animales. A veces, antes de ser puestos en el mercado, también
los productos de origen natural tienen que probarse con experimentación animal,
si las leyes del país en el que van a ser vendidos lo exigen.
En Suiza existe
una legislación especial que regula las pruebas de las materias primas de
origen químico empleadas en la cosmética. Nos referimos a la Ordenanza del 12 de
febrero de 1970, que en el Art. 4 (párrafo 4) prescribe unos test de toxicidad
en ratones, y en el Art. 3 tiene el cinismo de establecer una lista de sustancias
farmacológicas “con eficacia cosmética”, de las cuales una buena parte son
notoriamente cancerígenas para el hombre. De hecho, entre las más de 150
sustancias mencionadas está el cloroformo, el formaldehído, el hexaclorofeno,
la fenacetina, etc., todas mencionadas en la literatura médica por haber
causado tumores malignos en los seres humanos. Sin embargo, es probable que
estas sustancias no sean nada cancerígenas para ratas y conejos; por ésta
razón, son vendidas tranquilamente con la eterna ilusión de que las reacciones
de animales sean las mismas que las de los hombres.
¿Cuáles son
estas reacciones en el sector de los cosméticos? Son de tal gravedad que no
sería exagerado hablar de catástrofes, salvo que la lujosa propaganda de las
industrias interesadas ha tenido la previsión de presentar productos nocivos y
a veces mortales como milagros mágicos de seducción y de belleza.
El 15 de agosto
de 1985, la influyente publicación médica americana “The Medical Letter” llamaba la atención sobre un problema bastante
preocupante: los estrógenos artificiales, que forman parte de la composición de
muchos productos cosméticos. Los estrógenos, o, más exactamente, las hormonas
producidas sintéticamente como el estradiol, están particularmente presentes en
las cremas para la cara, para el cuerpo y para el pelo, y sus efectos
cancerígenos son conocidos desde hace décadas. Las cremas que contienen
estrógenos, una vez absorbidas por la piel introducen en el organismo las
sustancias oncóngenas,
favoreciendo el desarrollo de cáncer en quien esperaba un tratamiento de
belleza. Además, hay otros daños: trastornos sexuales, úlceras cutáneas,
afeminamiento de los hombres con aumento del volumen de las glándulas mamarias
(¡en Estados Unidos, unos chicos jóvenes que habían empleado demasiado a menudo
una crema para el pelo a base de estrógenos, tuvieron que ser sometidos a una
mastectomía!), hemorragias post-menopausia en mujeres, etc. Y hay que subrayar
que, aunque algunos círculos médicos revelan lo escandaloso del tema, ni los
legisladores ni tampoco los fabricantes parecen hacerles caso: ¡en la mayoría
de los casos no hay obligación de declarar los ingredientes en la etiqueta de
un cosmético! Su composición queda como secreto de fabricación.
Ya en 1978, la
más prestigiosa revista médica inglesa, “The
Lancet”, denunciaba los tintes para el pelo como productores de cáncer. La
causa principal era el “diamisol”, una sustancia presente en la composición de
casi todos los tintes y que, además de cáncer, provoca daños en los cromosomas
de las células sanguíneas. Como siempre, cuando los daños de un producto llegan
a ser conocidos, en vez de retirar los productos, los fabricantes intentan
salvar sus ganancias; los dejan en el mercado mientras crean una coartada
jurídica volviendo a hacer todas las pruebas con animales. Estando estas
pruebas prescritas por la ley, y siendo las únicas reconocidas para
comercializar algunos productos, así se ponen a cubierto de toda
responsabilidad. Nunca mejor que en estos casos puede uno darse cuenta, tan claramente,
cómo las leyes, que deliberadamente ignoran los obvios fracasos científicos de
la experimentación animal, están preparadas y realizadas por la industria
química.
En este caso
específico, es decir, el de los tintes para el pelo, no se encontró mejor cosa
que hacer que “¡alimentar a los animales de laboratorio con estos tintes!”.
Así, en Alemania se les hizo beber a los conejos hasta ¡25 botellas de tintes
para el pelo! (“Das Neue Blatt”, No.
33, 1978). Ocho años después (noviembre, 1986) la situación no había mejorado:
el “Bundesgesundheitsamt” (BGA, la autoridad alemana para la salud publica)
continuaba denunciando la existencia de sustancias cancerígenas en los
cosméticos probados en animales, por ejemplo, el óxido de etileno, cancerígeno
y, además genotóxico. Y, mientras tanto, la macabra farsa de la experimentación
animal continuaba tranquilamente, también en el sector de cosméticos.
Teniendo en
cuenta los escándalos que rodearon al formaldehído (declarado indiscutiblemente
cancerígeno por toda una serie de autoridades sanitarias, entre ellas en
Instituto Americano para el Cáncer en Bethesda y la Comisión Científica
de la CEE ), uno
pensaría que este compuesto químico había sido retirado del mercado. ¡Todo lo
contrario! Aún se usa como conservante y desinfectante en cosméticos tales como
champús, jabones y espumas de baño. Hasta 1986 era el componente base de las
pastillas que se vendían libremente en las farmacias para desinfectar las
cavidades bucales irritadas a causa de resfriados, gripe, herpes, etc. El
producto conocido como “Formitrol” (Wander AG, Berna) se usaba tan
generalizadamente que todos podían comprarlo sin prescripción médica, incluso
los niños. Además, estaba en el mercado desde hacía lo menos medio siglo,
formando parte de los botiquines caseros y las madres lo administraban a los
niños resfriados, quienes lo llevaban al colegio junto con la merienda. El
“Formitrol” fue retirado del comercio hacia 1988, clandestinamente, sin que
nadie explicase los daños que seguramente había causado a varias generaciones
desde hacía, aproximadamente, medio siglo.
Los champús
sintéticos puestos en el comercio después de las habituales pruebas en
animales, contienen otras sustancias perjudiciales: tricloro-hidroxifenol,
propileno glicólico, aceites de silicona, etc., sustancias en su mayoría
cancerígenas, y que pueden modificar las glándulas sebáceas (pequeñas glándulas
de la piel que segregan el sebo), favoreciendo la aparición de eczemas. (“Financial Times”, 27 ag., 1985).
La publicación
científica “El Médico” declara: “Las
enfermedades dermatológicas y alérgicas causadas por el uso de cosméticos,
están muy difundidas ahora”. Y a esta afirmación siguen las pruebas: una lista
impresionante de sustancias farmacéuticas, muchas de las cuales son empleadas
también en cosmética, y que estropean la piel. He aquí algunas: antibióticos,
vitaminas sintéticas, psicofármacos, laxantes, analgésicos, medicamentos
cardiovasculares, etc., etc. ¡La gente cree que son cosméticos “garantizados”
porque los vende el farmacéutico! Además, los productos de síntesis, estando
compuestos por materias primas que no son naturales son mal asimilados por la
piel, perjudicando la normal respiración de la misma, que se vuelve fláccida y arrugada.
Naturalmente,
los fuertes intereses económicos que sostienen la industria de los cosméticos
buscan ser protegidos como en la industria farmacéutica. El “Cosmetic Journal” (No. 2, 1980) sostiene
la presunta necesidad de la experimentación animal en cosmética, igual que la
industria farmacéutica la sostiene para los medicamentos. Una confortante
noticia llega desde la
Universidad de Papua, donde el equipo del Prof. Antonio
Bettero (miembro de la LIMAV )
ha descubierto un método para probar cosméticos, que no necesita el uso de
animales. Un método a primera vista muy positivo, ya que, entre otras cosas, se
basa en las relaciones del líquido lacrimal humano, y no en las reacciones del
ojo de los conejos cuyos tejidos son diferentes a los del hombre.
Publicado en Revista Tiempo Animal No. 1, México.